El mundo se mueve cada vez más deprisa. Desde muy pequeños, somos aleccionados en cuanto a vestirnos rápidamente, terminar rápido los deberes o incluso, muchas veces sin quererlo, a comer deprisa y corriendo para adaptarnos a una rutina siempre envuelta en la celeridad de las cosas.
Ante toda esta vorágine del día a día, y concretamente, en el ámbito de la alimentación, hace ya más de un cuarto de siglo, surgió con fuerza el movimento Slow food, o lo que es lo mismo, el arte de comer con atención, valorando en especial la calidad y, por lo tanto, teniendo en cuenta la procedencia de las materias primas, los ingredientes y el modo de cocinarlos.
El pasado 24 de septiembre se clausuró en Turín el Salón del Gusto 2018, organizado por este movimiento.
Desde la milpa mexicana hasta la dieta de los Masái en Kenia, los pueblos indígenas llevaron a esta feria su idea de alimentación saludable como antídoto a las enfermedades del siglo XXI, algo que llevan poniendo en práctica desde tiempos inmemoriales.
Un movimiento presente en 160 países
El movimiento Slow Food surgió en 1986 a iniciativa del italiano, Carlo Petrini, y un grupo de activistas con el objetivo inicial de defender las tradiciones regionales, la buena alimentación, el placer gastronómico, así como un ritmo de vida lento.
Tras dos décadas de historia, el movimiento ha evolucionado para dar cabida a una aproximación global sobre la alimentación, que reconozca las fuertes relaciones existentes entre nuestros alimentos, las personas que los producen, nuestro planeta, la política y la cultura.
Hoy Slow Food representa un movimiento global que implica a miles de personas y proyectos en más de 160 países.
Responsabilidad a la hora de comer
El movimiento Slow Food trabaja por prevenir la desaparición de culturas y tradiciones alimentarias locales, para contrarrestar el auge de los ritmos de vida acelerados y para combatir el desinterés general sobre los alimentos que se consumen, su procedencia y la forma en la que nuestras decisiones alimentarias afectan el mundo que nos rodea.
Si conocemos el origen de nuestros alimentos, las personas que los producen y los métodos de producción, tanto los niños como los adultos aprenderemos a combinar el placer con la responsabilidad en nuestras elecciones diarias, así como a apreciar el impacto social y cultural de la alimentación.
Cómo educar el sentido del gusto
Slow Food tiene en marcha numerosos proyectos educativos en varias partes del mundo que difieren de la mayoría de programas de educación alimentaria, ya que se basan en la idea de que la alimentación es un sinónimo de placer, cultura y convivencia.
Estos proyectos están organizados para audiencias diversas, desde niños hasta adultos, pasando por profesores, socios de Slow Food y público en general.
Algunos de ellos son: huertos escolares, degustaciones guiadas, visitas a granjas, intercambio generacional de conocimientos, talleres prácticos y comidas con productores.
Además, Slow Food abrió en Italia la Universidad de Ciencias Gastronómicas en 2004 para ofrecer una perspectiva global sobre el mundo académico de la alimentación.
Comida buena, limpia y justa
El principal objetivo del movimiento Slow Food es que todos podamos acceder y disfrutar de una comida buena para nosotros, para quienes la producen y para el planeta, oponiéndose a la estandarización del gusto y de la cultura y al poder ilimitado de las multinacionales de la industria alimentaria y la agricultura industrial.
Sus tres principios básicos son:
• Bueno: alimentación sabrosa y fresca de temporada que satisfaga los sentidos y forme parte de la cultura local.
• Limpio: producción y consumo de alimentos que no perjudiquen el medio ambiente, el bienestar animal o la salud humana.
• Justo: precios accesibles para los consumidores y justas retribuciones para los productores.
Este movimiento trabaja por numerosas partes del mundo para proteger la biodiversidad alimentaria, crear vínculos entre productores y consumidores y concienciar a la sociedad de los asuntos urgentes que afectan a nuestro sistema alimentario.
Y es que… Alimentarse de forma sostenible y respetuosa con nuestro entorno siempre es una opción a nuestro alcance.
Hazlo lento
Recientemente he conocido la asociación Cittaslow, una idea que nació hace dos décadas en una pequeña ciudad de la Toscana.
Esta interesante iniciativa es una asociación que une la filosofía del slowfood, la ecogastronomía, con las ciudades; promulga considerar la ciudad en sí misma como un elemento definitivo en la calidad de vida de las personas y por tanto en su felicidad. Obvio, ¿verdad?
Son ideas que realmente se pueden definir “de sentido común”; este tipo de conceptos surgen en un momento histórico en el que todo el mundo habla de “un cambio de paradigma” ¿El desarrollo es posible desde la lentitud, desde la calma?
En una sociedad en la que todo lo valioso es material o redondo (véase futbol), todo nos arrastra a lo vacuo, subsistir desde lo intangible, desde el mundo de las ideas, de los valores, se hace toda una hazaña.
Estos responsables, -seguramente alcaldes- que deciden asociarse a Cittaslow, que están atraídos por recuperar, poner en valor y proteger un estilo de vida, una vida calmada, lenta y silenciosa.
Se han cuestionado en algún momento, lo realmente esencial y han valorado lo importante de saber parar, de contemplar, de ver más allá, han cuestionado lo que realmente les ha hecho felices.
Para todo eso hace falta detenerse. Tomar consciencia de la sucesión de las estaciones, de valorar el trabajo hecho con las manos (realmente hecho con el corazón; la artesanía), el valor del arte, la autenticidad de los productos, el valor de una buena comida o un buen vino…
A todo esto yo lo llamo cultura.
- Saber oler.
- Saber degustar.
- Saber mirar.
- Saber disfrutar.
Desde Senda entendemos que el desarrollo desde estos valores SÍ es posible. Estas son las claves que nos mueven y también, por supuesto el contribuir con nuestro grano de arena en la alegría de una vida hecha a base de la suma de experiencias que valen la pena.
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